jueves, 31 de enero de 2008

La mejor elegia Por uno de los mejores mexicanos

Octavio Paz

Elegía interrumpida
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. Al primer muerto nunca lo olvidamos, aunque muera de rayo, tan aprisa que no alcance la cama ni los óleos. Oigo el bastón que duda en un peldaño, el cuerpo que se afianza en un suspiro, la puerta que se abre, el muerto que entra. De una puerta a morir hay poco espacio y apenas queda tiempo de sentarse, alzar la cara, ver la hora y enterarse: las ocho y cuarto.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. La que murió noche tras noche y era una larga despedida, un tren que nunca parte, su agonía. Codicia de la boca al hilo de un suspiro suspendida, ojos que no se cierran y hacen señas y vagan de la lámpara a mis ojos, fija mirada que se abraza a otra, ajena, que se asfixia en el abrazo y al fin se escapa y ve desde la orilla cómo se hunde y pierde cuerpo el alma y no encuentra unos ojos a que asirse... ¿Y me invitó a morir esa mirada? Quizá morimos sólo porque nadie quiere morirse con nosotros, nadie quiere mirarnos a los ojos.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. Al que se fue por unas horas y nadie sabe en qué silencio entró. De sobremesa, cada noche, la pausa sin color que da al vacío o la frase sin fin que cuelga a medias del hilo de la araña del silencio abren un corredor para el que vuelve: suenan sus pasos, sube, se detiene... Y alguien entre nosotros se levanta y cierra bien la puerta. Pero él, allá del otro lado, insiste. Acecha en cada hueco, en los repliegues, vaga entre los bostezos, las afueras. Aunque cerremos puertas, él insiste.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. Rostros perdidos en mi frente, rostros sin ojos, ojos fijos, vaciados, ¿busco en ellos acaso mi secreto, el dios de sangre que mi sangre mueve, el dios de yelo, el dios que me devora? Su silencio es espejo de mi vida, en mi vida su muerte se prolonga: soy el error final de sus errores.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
El pensamiento disipado, el acto disipado, los nombres esparcidos (lagunas, zonas nulas, hoyos que escarba terca la memoria), la dispersión de los encuentros, el yo, su guiño abstracto, compartido siempre por otro (el mismo) yo, las iras, el deseo y sus máscaras, la víbora enterrada, las lentas erosiones, la espera, el miedo, el acto y su reverso: en mí se obstinan, piden comer el pan, la fruta, el cuerpo, beber el agua que les fue negada.
Pero no hay agua ya, todo está seco, no sabe el pan, la fruta amarga, amor domesticado, masticado, en jaulas de barrotes invisibles mono onanista y perra amaestrada, lo que devoras te devora, tu víctima también es tu verdugo. Montón de días muertos, arrugados periódicos, y noches descorchadas y amaneceres, corbata, nudo corredizo: "saluda al sol, araña, no seas rencorosa..."
Es un desierto circular el mundo,
el cielo está cerrado y el infierno vacío.

El mejor poema

Edgar Allan Poe(Boston, 1809 - Baltimore, 1849)
El cuervo
Una vez, al filo de una lúgubre media noche,mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,cabeceando, casi dormido,oyóse de súbito un leve golpe,como si suavemente tocaran,tocaran a la puerta de mi cuarto.“Es —dije musitando— un visitantetocando quedo a la puerta de mi cuarto.Eso es todo, y nada más.”
¡Ah! aquel lúcido recuerdode un gélido diciembre;espectros de brasas moribundasreflejadas en el suelo;angustia del deseo del nuevo día;en vano encareciendo a mis librosdieran tregua a mi dolor.Dolor por la pérdida de Leonora, la única,virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.Aquí ya sin nombre, para siempre.
Y el crujir triste, vago, escalofriantede la seda de las cortinas rojasllenábame de fantásticos terroresjamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie,acallando el latido de mi corazón,vuelvo a repetir:“Es un visitante a la puerta de mi cuartoqueriendo entrar. Algún visitanteque a deshora a mi cuarto quiere entrar.Eso es todo, y nada más.”Ahora, mi ánimo cobraba bríos,y ya sin titubeos:“Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdónimploro,mas el caso es que, adormiladocuando vinisteis a tocar quedamente,tan quedo vinisteis a llamar,a llamar a la puerta de mi cuarto,que apenas pude creer que os oía.”Y entonces abrí de par en par la puerta:Oscuridad, y nada más.
Escrutando hondo en aquella negrurapermanecí largo rato, atónito, temeroso,dudando, soñando sueños que ningún mortalse haya atrevido jamás a soñar.Mas en el silencio insondable la quietud callaba,y la única palabra ahí proferidaera el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”Lo pronuncié en un susurro, y el ecolo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”Apenas esto fue, y nada más.
Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,toda mi alma abrasándose dentro de mí,no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.“Ciertamente —me dije—, ciertamentealgo sucede en la reja de mi ventana.Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,y así penetrar pueda en el misterio.Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,y así penetrar pueda en el misterio.”¡Es el viento, y nada más!
De un golpe abrí la puerta,y con suave batir de alas, entróun majestuoso cuervode los santos días idos.Sin asomos de reverencia,ni un instante quedo;y con aires de gran señor o de gran damafue a posarse en el busto de Palas,sobre el dintel de mi puerta.Posado, inmóvil, y nada más.
Entonces, este pájaro de ébanocambió mis tristes fantasías en una sonrisacon el grave y severo decorodel aspecto de que se revestía.“Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,no serás un cobarde,hórrido cuervo vetusto y amenazador.Evadido de la ribera nocturna.¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”
Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbadopudiera hablar tan claramente;aunque poco significaba su respuesta.Poco pertinente era. Pues no podemossino concordar en que ningún ser humanoha sido antes bendecido con la visión de un pájaroposado sobre el dintel de su puerta,pájaro o bestia, posado en el busto esculpidode Palas en el dintel de su puertacon semejante nombre: “Nunca más.”
Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.las palabras pronunció, como virtiendosu alma sólo en esas palabras.Nada más dijo entonces;no movió ni una pluma.Y entonces yo me dije, apenas murmurando:“Otros amigos se han ido antes;mañana él también me dejará,como me abandonaron mis esperanzas.”Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”
Sobrecogido al romper el silenciotan idóneas palabras,“sin duda —pensé—, sin duda lo que dicees todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendidode un amo infortunado a quien desastre impíopersiguió, acosó sin dar treguahasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,hasta que las endechas de su esperanzallevaron sólo esa carga melancólicade ‘Nunca, nunca más’.”
Mas el Cuervo arrancó todavíade mis tristes fantasías una sonrisa;acerqué un mullido asientofrente al pájaro, el busto y la puerta;y entonces, hundiéndome en el terciopelo,empecé a enlazar una fantasía con otra,pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,lo que este torvo, desgarbado, hórrido,flaco y ominoso pájaro de antañoquería decir granzando: “Nunca más.”
En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,quemaban hasta el fondo de mi pecho.Esto y más, sentado, adivinaba,con la cabeza reclinadaen el aterciopelado forro del cojínacariciado por la luz de la lámpara;en el forro de terciopelo violetaacariciado por la luz de la lámpara¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!Entonces me pareció que el airese tornaba más denso, perfumadopor invisible incensario mecido por serafinescuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.
“¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,por estos ángeles te ha otorgado una tregua,tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!¡Apura, oh, apura este dulce nepentey olvida a tu ausente Leonora!”Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”
“¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabolica!¡Profeta, sí, seas pájaro o demonioenviado por el Tentador, o arrojadopor la tempestad a este refugio desolado e impávido,a esta desértica tierra encantada,a este hogar hechizado por el horror!Profeta, dime, en verdad te lo imploro,¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?¡Dime, dime, te imploro!”Y el cuervo dijo: “Nunca más.”
“¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,ese Dios que adoramos tú y yo,dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edéntendrá en sus brazos a una santa doncellallamada por los ángeles Leonora,tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgenllamada por los ángeles Leonora!”Y el cuervo dijo: “Nunca más.”“
¡Sea esa palabra nuestra señal de partidapájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso.¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentiraque profirió tu espíritu!Deja mi soledad intacta.Abandona el busto del dintel de mi puerta.Aparta tu pico de mi corazóny tu figura del dintel de mi puerta.Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”
Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.Aún sigue posado, aún sigue posadoen el pálido busto de Palas.en el dintel de la puerta de mi cuarto.Y sus ojos tienen la aparienciade los de un demonio que está soñando.Y la luz de la lámpara que sobre él se derramatiende en el suelo su sombra. Y mi alma,del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,no podrá liberarse. ¡Nunca más!

Fabulas!!!

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(elvira)

Diario de una canción

“Esta mañana arrojé el diario contra la pared. No estoy segura de por qué lo hice. Antes pensaba que los periódicos se centraban en las tragedias, pero ahora sé que lo único que les atrae es la violencia, que la muerte sin ella no interesa, por más que sea colectiva y te deje sola, que es la tragedia más grande que hay”. Así comenzaba el diario personal de Eriel, el que durante una década estuvo a la venta en una feria callejera de objetos usados, el que nadie compró al ojear sus primeras páginas y el que hace dos semanas fue adquirido por el Reina Sofía al conocer el contenido de todas las demás.

Cabe puntualizar que las notas no eran registradas con fechas, pero dicho documento adquiere la categoría de diario, y no de libro de apuntes, porque Eriel, cada vez que escribía, señalaba si era un lunes, jueves o sábado; envolviendo una historia lineal en una secuencia circular de días de la semana. Sin embargo, por los datos registrados y las averiguaciones realizadas por la actual institución propietaria, se estima que las vivencias descritas transcurrieron entre 1974 y 1979.

Un viernes en el que Eriel cayó en una de sus recurrentes depresiones, fue socorrida por un débil recuerdo extraído de su infancia, cuando sus padres le aplacaban sus ganas de ser mayor, cantándole:
“Si de verdad quieres crecer y no envejecer
nunca vayas deprisa ni tampoco lento
el secreto es ir a la inversa del tiempo
pero nunca deprisa ni tampoco lento
sólo hay que ir a la velocidad del tiempo
para así comenzar a crecer y no envejecer

El que acelera el paso descubre la nostalgia
el que se queda en el momento se queda
mas el que decide crecer conservando al niño
avanza hacia atrás recuperando su inicio
y los recuerdos que traspasan el ombligo (bis)…”.

Cuando era niña no le prestaba mucha atención a la letra, sólo se dejaba llevar por la melodía que la hacía sentir arropada por un hogar. Recordaba algo más que la voz cálida de sus padres, recordaba cada uno de los instrumentos que armonizaban la letra; y, envuelta en esas sensaciones, comenzó a sentirse bien, verdaderamente bien. Era como si el recuerdo pasara a ser un presente que la introducía en un espacio donde la tristeza y la rabia estaban prohibidas. No obstante, el hambre y luego el sueño la sacaron de su burbuja, pero la sonrisa se quedó en su rostro.

A la mañana siguiente, Eriel se despertó con la firme idea de conseguir esa canción –cruzada que marcó el interés del museo por el diario–. Recorrió todas las discográficas de su ciudad sin éxito, y tampoco lo tuvo al preguntarle a sus amigos y conocidos. A raíz de eso, dejó su trabajo, cogió una mochila y recorrió todos los países hispanohablantes durante unos cuatro años.

Debido al desconocimiento de los entendidos, y no entendidos, decidió preguntarle a cualquier desconocido si le sonaba esa canción (Eriel estaba segura de que no era una canción inventada por sus padres, porque recordaba con claridad la música, y ellos no sabían tocar ningún instrumento ni mucho menos componer). Así que Eriel ingenió muchas formas para llegar a la gente y otras tantas para conseguir financiación, que fueron narradas hasta la penúltima página del diario. Coordinó una serie de obras con el Teatro de los Andes para adentrarse en decenas de comunidades recónditas, convenció a Alberto Spinetta y a Mercedes Sosa para realizar actuaciones en varias ciudades y pueblos de Argentina… y montó un centenar de acciones con actores callejeros y músicos de 18 países. Pero ninguna persona le dio lo que buscaba.

Al terminar su diario, en el lunes final, Eriel escribió: “Convencida de que yo era quien le había puesto instrumentos a esa canción familiar, decidí irme a cualquier parte. Estiré la mano y un autobús amarillo se detuvo. Había un asiento vacío junto a la ventana, al lado de un niño que llevaba un mandil con el nombre Gonzalo bordado en el pecho. El bus comenzó a moverse mientras yo no podía retener las lágrimas de impotencia, de fracaso. Traté de animarme para no llamar la atención y por manía comencé a tararear la melodía de mi canción. Y ese niño, Gonzalo, comenzó a cantar, y le siguió un joven canoso, y después un hombre muy arrugado que estaba delante, y siguieron todos los demás, hasta el chofer. Era hermoso escucharlos…
El que acelera el paso descubre la nostalgia
el que se queda en el momento se queda
mas el que decide crecer conservando al niño
avanza hacia atrás recuperando su inicio
y los recuerdos que traspasan el ombligo

Si de verdad quieres crecer y no envejecer
recuerda que el juego es el principio de todo
y recuerda que ser parte es el único modo
pero es necesario que recuerdes ante todo
que sin arrugas nunca encontrarás el modo
de retomar las huellas para no envejecer…
Y mientras los escuchaba, me di cuenta de que el bus avanzaba marcha atrás”.


por Rafael R. Valcárcel

miércoles, 30 de enero de 2008

La bobina Maravillosa

Erase un principito que no quería estudiar. Cierta noche, después de haber recibido una buena regañina por su pereza, suspiro tristemente, diciendo:
¡Ay! ¿Cuándo seré mayor para hacer lo que me apetezca?
Y he aquí que, a la mañana siguiente, descubrió sobre su cama una bobina de hilo de oro de la que salió una débil voz:
Trátame con cuidado, príncipe.
Este hilo representa la sucesión de tus días. Conforme vayan pasando, el hilo se ira soltando. No ignoro que deseas crecer pronto... Pues bien, te concedo el don de desenrollar el hilo a tu antojo, pero todo aquello que hayas desenrollado no podrás ovillarlo de nuevo, pues los días pasados no vuelven.
El príncipe, para cersiorarse, tiro con ímpetu del hilo y se encontró convertido en un apuesto príncipe. Tiro un poco mas y se vio llevando la corona de su padre. ¡Era rey! Con un nuevo tironcito, inquirió:
Dime bobina ¿Cómo serán mi esposa y mis hijos?
En el mismo instante, una bellísima joven, y cuatro niños rubios surgieron a su lado. Sin pararse a pensar, su curiosidad se iba apoderando de él y siguió soltando mas hilo para saber como serian sus hijos de mayores.
De pronto se miro al espejo y vio la imagen de un anciano decrépito, de escasos cabellos nevados. Se asusto de sí mismo y del poco hilo que quedaba en la bobina. ¡Los instantes de su vida estaban contados! Desesperadamente, intento enrollar el hilo en el carrete, pero sin lograrlo. Entonces la débil vocecilla que ya conocía, hablo así:
Has desperdiciado tontamente tu existencia. Ahora ya sabes que los días perdidos no pueden recuperarse. Has sido un perezoso al pretender pasar por la vida sin molestarte en hacer el trabajo de todos los días. Sufre, pues tu castigo.
El rey, tras un grito de pánico, cayó muerto: había consumido la existencia sin hacer nada de provecho.



Fin

(By elvira)

Mito de Osisris

Osiris era uno de los dioses más importantes de la mitología egipcia, pues Osiris fue el Rey de Egipto que en su resurrección representó el “Rey de la Muerte”. A él, todos los egipcios esperaban reunirse después de su muerte.

Cuenta le leyenda que Nut (Diosa del Cielo), hija del Dios Ra, el Dios Sol, se enamoró perdidamente del dios Geb (Dios de la Tierra). Cuando Ra se enteró de esta relación, en medio de su furia, prohibió a Nut que en el término de un año de 360 días, tuviera hijos. Nut llamó a su amigo Thoth, para solicitarle ayuda. El deseo de Ra debía cumplirse, pero Thoth tuvo una idea: se casó con la diosa de la Luna, Selene. La luz de Selene fue rival de la luz de Ra. Thoth se sintió triunfante y fue recompensado con la séptima luz de Selene. Esa es la razón por la cual la luna desaparece todos los meses. Thoth tomó su luz y agregó cinco días más al año calendario, haciendo que el año tuviera 365 días. Así, Nut tuvo cinco días para concebir, sin desobedecer la orden de Ra.

Nut tuvo así dos hijos y dos hijas: parió a Osiris (Rey de los muertos y de las fuentes de vida renovadas); a Seth, a Isis (Diosa de la Fertilidad y la Maternidad), y a Neftis.

Cuando Osiris nació, una voz exclamó: “El Rey de todos ha nacido”.

Osiris creció y se convirtió en un gran rey, colaboró con su pueblo, los adiestró en los trabajos agrícolas y en la crianza de los animales, los guió para realizar los códigos de las Leyes, y les enseñó a orar a sus dioses.

Osiris realizó un gran reinado, convirtió a Egipto en una gran Nación. Y el pueblo comenzó a adorar la tierra en donde él pisaba.

Su esposa y hermana Isis siguió los pasos de su esposo en el reinado.

Osiris tenía un gran enemigo, su hermano Seth, envidioso y amargado, quien complotaba contra el rey Osiris.

Un día, Seth logró aliarse con Aso, la reina de Etiopía, y 72 conspiradores. Consiguió las medidas exactas de Osiris y construyó una caja muy bien ornamentada. Realizó un gran banquete al que invitó a Osiris y a los conspiradores. Realizó un convite para ver quién cabía perfectamente en dicha caja. Cuando llegó el turno a Osiris, al entrar cómodamente, le cerraron la caja, con clavos y la arrojaron al río Nilo. (Otras leyendas dicen que lo cortó en pequeños pedazos).
Desde ese día, no se lo volvió a ver al rey Osiris entre los vivos.


Isis hizo embalsamar el cuerpo de su esposo con la ayuda del dios Anubis, quien se convirtió así en el dios del embalsamamiento. Los ruegos y hechizos de Isis resucitaron a Osiris, quien llegó a ser rey de la tierra de los muertos.

Horus, hijo de Osiris (transitoriamente resucitado) e Isis, derrotó posteriormente al traidor Set en una gran batalla erigiéndose en el rey de la tierra.


Omar A. Muñoz

LEYENDA DEL CEIBO

Cuenta la leyenda que en las riberas del Paraná, vivía una indiecita fea, de rasgos toscos, llamada Anahí. Era fea, pero en las tardecitas veraniegas deleitaba a toda la gente de su tribu guaraní con sus canciones inspiradas en sus dioses y el amor a la tierra de la que eran dueños... Pero llegaron los invasores, esos valientes, atrevidos y aguerridos seres de piel blanca, que arrasaron las tribus y les arrebataron las tierras, los ídolos, y su libertad.
Anahí fue llevada cautiva junto con otros indígenas. Pasó muchos días llorando y muchas noches en vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a su centinela, la indiecita logró escapar, pero al hacerlo, el centinela despertó, y ella, para lograr su
objetivo, hundió un puñal en el pecho de su guardián, y huyó rápidamente a la selva.
El grito del moribundo carcelero, despertó a los otros españoles, que salieron en una persecución que se convirtió en cacería de la pobre Anahí, quien al rato, fue alcanzada por los conquistadores. Éstos, en venganza por
la muerte del guardián, le impusieron como castigo la muerte en la hoguera.
La ataron a un árbol e iniciaron el fuego, que parecía no querer alargar sus llamas hacia la doncella indígena, que sin murmurar palabra, sufría en silencio, con su cabeza inclinada hacia un costado. Y cuando el fuego comenzó a subir, Anahí se fue convirtiendo en árbol, identificándose con la planta en un asombroso milagro.
Al siguiente amanecer, los soldados se encontraron ante el espectáculo de un hermoso árbol de verdes hojas relucientes, y flores rojas aterciopeladas, que se mostraba en todo su esplendor, como el símbolo de valentía y fortaleza ante el sufrimiento.


Omar A. Muñoz

Las Habicuelas Mágicas

Juanito vivía con su madre, que era viuda, en una cabaña del bosque.Con el tiempo fue empeorando la situación familiar, así que la madre decidió mandar a Juanito a la ciudad, para que allí intentase vender la única vaca que tenían. El niño durante el camino se encontró con un hombre que llevaba un saquito de habichuelas. -Son mágicas -explicó aquel hombre-. Si te gustan, te las daré a cambio de la vaca. Así lo hizo Juanito, y volvió muy contento a su casa. Su madre, disgustada al ver la necedad del muchacho, cogió las habichuelas y las tiró fuera. Después se puso a llorar. Cuando se levantó Juanito al día siguiente, fue grande su sorpresa al ver que las habichuelas habían crecido tanto durante la noche, que las ramas se perdían de vista. Juanito se puso a trepar por la planta, tanto trepó que llegó a un país desconocido. Entró en un castillo y vio a un malvado gigante que tenía una gallina que ponía un huevo de oro cada vez que él se lo mandaba. El niño esperó a que el gigante se durmiera, y tomando la gallina, escapó con ella. La madre se puso muy contenta. Empezaron a vender los huevos de oro, y vivieron tranquilos por mucho tiempo, hasta que la gallina se murió y Juanito tuvo que trepar por la planta otra vez. Esta vez, pudo observar como el gigante iba contando monedas de oro que sacaba de un bolsón de cuero. En cuanto el gigante se durmió, Juanito recogió el bolsón y echo a correr hacia la planta gigantesca. De nuevo la familia tuvo dinero para ir viviendo mucho tiempo. Sin embargo, llegó un día en que el bolsón de cuero se quedó completamente vacío. Se cogió Juanito por tercera vez a las ramas de la planta, y fue escalándolas hasta llegar a la cima. Esta vez, el ogro guardaba en un cajón una cajita que, cada vez que se levantaba la tapa, dejaba caer una moneda de oro. Cuando el gigante salió del salón, cogió el niño la cajita prodigiosa y se la guardó. Desde su escondite, Juanito vio que el gigante se tumbaba en un sofá, y un arpa dorada tocaba sola una delicada música. El gigante, mientras escuchaba aquella melodía, fue cayendo en el sueño poco a poco. Cuando se durmió totalmente, Juanito cogió el arpa y echó a correr. Pero el arpa estaba encantada y, al ser tomada por Periquín, empezó a gritar: -¡Eh, señor amo, despierte usted, que me roban! El gigante se despertó sobresaltado escuchando a lo lejos: -¡Señor amo, que me roban! Viendo lo que ocurría, el gigante salió en persecución de Juanito. Cuando el niño trataba de bajar por la planta, miro hacia arriba y vio que el gigante también descendía por ella. No había tiempo que perder, y así que gritó Juanito a su madre, que estaba en casa preparando la comida: -¡Madre, tráigame el hacha, que me persigue el gigante! Acudió la madre con el hacha, y Juanito, de un certero golpe, cortó el tronco de la trágica habichuela. Al caer, el gigante se estrelló, pagando así sus fechorías, y Juanito y su madre vivieron felices con el producto de la cajita que, al abrirse, dejaba caer una moneda de oro. . ..
FIN


Omar A. Muñoz

Las ranas y su rey (publicado por elvira)

Las ranas y su Rey


Hace mucho, muchísimo tiempo, en los días en que el mundo era joven aún, la laguna que existía junto al bosque estaba llena de centenares de ranitas de piel goteada. Corno se habían cansado de su vida en la plácida laguna y ansiaban nuevas diversiones, se reunieron en consejo. Y, ruidosamente, pidieron a Júpiter que ¡es enviara un rey.

Como Júpiter sabía que eran unos animales estúpidos, sonrió al oir su petición y arrojó un leño a las plácidas aguas.

—He ahí vuestro rey -—dijo,

El chapoteo hizo huir con terror, hacia las riberas, a centenares de animalejos verdes. Durante un día y una noche se ocultaron bajo las grandes hojas de la plantas acuáticas que flotaban en la superficie de la laguna y no quisieran acercarse ni a diez saltos de su flamante monarca. Por fin, la más audaz atisbo desde su escondite. Luego, se acercó cautelosamente y observó al rey. Las demás se aventuraron, también, a salir y nadaron con precaución alrededor del leño flotante.

—Es un rey ridículo —dijo desdeñosamente una de las ranas.

Y cuando todas vieron que el leño nada hacía ni para ayudarlas ni para causarles dificultadas, empezaron a clamar de nuevo, de manera salvaje, para que les dieran otro rey.

Esta vez a Júpiter se le había acabado la paciencia.

—¿Queréis un rey con más vida? —preguntó, severo—. ¡Ahí lo tenéis!

Y al cabo de un instante, llegó una enorme cigüeña, con una reluciente coronna de oro, y comenzó a devorarlas.

El Juego de los Sentimientos

Cuentan que una vez se reunieron en un lugar de la tierra todos los
sentimientos y cualidades de los hombres. Cuando el ABURRIMIENTO había
bostezado por tercera vez, la LOCURA, como siempre tan loca, les propuso:
- ¿Jugamos al escondite?
La INTRIGA levantó la ceja intrigada y la CURIOSIDAD, sin poder contenerse,
preguntó: "¿Al escondite? ¿Y como es eso?"
- Es un juego - explicó la LOCURA - en que yo me tapo la cara y comienzo a
contar desde uno hasta un millón mientras ustedes se esconden y cuando yo
haya terminado de contar, el primero de ustedes al que encuentre, ocupara mi
lugar para continuar el juego.
El ENTUSIASMO bailó secundado por la EUFORIA. La ALEGRIA dio tantos saltos
que terminó por convencer a la DUDA, e incluso a la APATIA, a la que nunca
le interesaba nada. Pero no todos quisieron participar. La VERDAD prefirió
no esconderse (¿para qué?), si al final siempre la hallaban, y la SOBERBIA
opinó que era un juego muy tonto (en el fondo lo que le molestaba era que la
idea no hubiese sido suya), y la COBARDIA prefirió no arriesgarse...
- Uno, dos, tres... - comenzó a contar la LOCURA.
La primera en esconderse fue la PEREZA que, como siempre, se dejó caer tras
la primera piedra del camino. La FE subió al cielo, y la ENVIDIA se escondió
tras la sombra del TRIUNFO, que con su propio esfuerzo había logrado subir a
la copa del árbol mas alto. La GENEROSIDAD casi no alcanzaba a esconderse;
cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos: que
si un lago cristalino, ideal para la BELLEZA; que si el bajo de un árbol,
perfecto para la TIMIDED; que si el vuelo de la mariposa, lo mejor para la
VOLUPTUOSIDAD; que si una ráfaga de viento, magnífico para la LIBERTAD. Así
que terminó por ocultarse en un rayito de sol. El EGOISMO, en cambio,
encontró un sitio muy bueno desde el principio, ventilado, cómodo... pero
solo para él. La MENTIRA se escondió en el fondo de los océanos (¡mentira!,
en realidad se escondió detrás del arco iris), y la PASION y el DESEO en el
centro de los volcanes. El OLVIDO... se me olvido donde se escondió! ...
pero eso no es lo importante. Cuando la LOCURA contaba 999.999, el AMOR
todavía no había encontrado un sitio para esconderse, pues todo se
encontraba ocupado, hasta que divisó un rosal y, enternecido, decidió
esconderse entre sus flores.
-¡Un millón!- contó la LOCURA y comenzó a buscar.
La primera en aparecer fue la PEREZA, sólo a tres pasos de la piedra.
Después se escuchó a la FE discutiendo con Dios en el cielo sobre zoología.
Y a la PASION y al DESEO los sintió en el vibrar de los volcanes. En un
descuido encontró a la ENVIDIA y, claro, pudo deducir
donde estaba el TRIUNFO. Al EGOISMO no tuvo ni que buscarlo; el solito salió
disparado de su escondite, que había resultado un nido de avispas.
De tanto caminar sintió sed y, al acercarse al lago, descubrió a la BELLEZA.
Y con la DUDA resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una
cerca sin decidir aún de que lado esconderse. Así fue encontrando a todos:
el TALENTO entre la hierba fresca, la ANGUSTIA en una oscura cueva, la
MENTIRA detrás del arco iris y hasta el OLVIDO, al que ya se le había
olvidado que estaba jugando a los escondidos
Pero sólo el AMOR no aparecía por ningún sitio. La LOCURA buscó detrás de
cada árbol, bajo cada arroyo del planeta, en la cima de las montañas y
cuando estaba por darse por vencida, divisó un rosal y las rosas... Y tomo
una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto un doloroso
grito se escuchó. Las espinas habían herido en los ojos al AMOR. La LOCURA
no sabía que hacer para disculparse; lloró, rogó, imploró y hasta prometió
ser su lazarillo.
Desde entonces, desde que por primera vez se jugó al escondite en la tierra,
EL AMOR ES CIEGO Y LA LOCURA LO ACOMPAÑA SIEMPRE.
Poncho

La Rubia de Kennedy

Un rumor erizó los pelos y provocó escalofríos en los habitantes de Santiago de Chile en 1979. Y pronto llegó a las páginas de los periodicos nacionales: se aseguraba que una joven y atractiva mujer rubia, vestida con un largo abrigo de piel blanco, hacía  dedo a los automovilistas por las noches en Avenida Kennedy, entre Américo Vespucio y jerónimo de Alderete.  Por lo general, se acercaba a los vehículos ocupados por matrimonios y les pedía que les llevara a un supermercado cercano. Cuando accedían, se subía al asiento posterior. Una vez en el interior y cuando los choferes comenzaban a acelerar, les decía con una suave voz: Por favor no corra. Más despacio, más despacio. Luego se desvanecía sin dejar rastro.  Y sin que se hubiera detenido el auto ni abierto sus puertas. Incluso varios de ellos eran de sólo dos puertas.
Muchos aseguraron haberla visto. Otros juraron que la habían llevado. Incluso algunos dejaron 
constancia del hecho en la Comisaría de las Tranqueras y dos taxistas —Miguel Castañer y Carlos 
Sanhueza— concedieron entrevistas en las que revelaban los detalles de su encuentro sobrenatural. 
La explicación también se expandió como rumor: un año antes, una mujer, al volver de una comida con 
su novio, habría muerto en un accidente automovilístico en las esquinas de Avenida Kennedy y Jerónimo 
de Alderete. El diario La Segunda afirmó entonces que un familiar de ella se había comunicado con el 
diario para ratificar la veracidad de los hechos. Se dieron datos más precisos: era una mujer llamada 
Marta Infante, que trabajaba en la Corporación de la Madera y que murió el 8 de agosto de 1978.

Poncho

El águila, el cuervo y el pastor

Lanzándose desde una cima, un águila arrebató a un corderito.
La vio un cuervo y tratando de imitar al águila, se lanzó sobre un carnero, pero con tan mal conocimiento en el arte que sus garras se enredaron en la lana, y batiendo al máximo sus alas no logró soltarse.
Viendo el pastor lo que sucedía, cogió al cuervo, y cortando las puntas de sus alas, se lo llevó a sus niños.
Le preguntaron sus hijos acerca de que clase de ave era aquella, y les dijo:
- Para mí, sólo es un cuervo; pero él, se cree águila.

Pon tu esfuerzo y dedicación en lo que realmente estás preparado, no en lo que no te corresponde.